Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL


100231
Legislatura: 1888-1889
Sesión: 15 de abril de 1889
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Discurso.
Número y páginas del Diario de Sesiones: 88, 1528-1531.
Tema: Reformas militares.

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros (Sagasta): Contrastan, Sres. Senadores, la serenidad y el reposo que tan naturales son en este alto Cuerpo Colegislador, con el calor y hasta con la pasión con que se ha tomado este debate. Voy a ver si puedo conseguir que renazcan la calma y la serenidad, antes de que el Senado tome resolución alguna, porque esta calma y esta serenidad convienen siempre a toda decisión legislativa y sientan perfectamente en los Cuerpos Colegisladores, y mucho más en el Senado. Espero que así ha de suceder, porque, Sres. Senadores, aquí, en realidad, no vamos buscando más que lo mejor, aquello que menos dificultades traiga para el porvenir, y aquello que satisfaga el mayor número de voluntades dentro del ejército español, que tan necesitado está de reformas militares, principalmente en el sentido de que un precepto legislativo ate las manos de todos los Ministros de la Guerra y de todos los Gobiernos, para que en cuanto a recompensas y ascensos tengan invariablemente que atenerse, y no resuelvan esos asuntos, que tanto afectan a la organización y bienestar del ejército, por su única y propia voluntad.

Pues bien, Sres. Senadores; como éste era nuestro propósito; como además yo he declarado una y muchas veces que esto no era cuestión política, que esto no podía ser cuestión de partido, a mí me ha entristecido el giro que he visto dar a la discusión, y sobre todo, la preparación que he notado en ciertas huestes senatoriales, que se aprestaban como a dar un combate, como a iniciar una campaña. Esto me ha entristecido, porque declaro, Sres. Senadores, de antemano, que en este punto no acepto combate ni admito batalla ninguna. ¡Ah! ¡Qué más quisieran los que buscan por ahí pretextos para perturbaciones, los que no están conformes y contentos con la situación actual, qué más quisieran que pretextos, y pretexto grande sería dar aquí batallas por reformas en el ejército; gran [1528] pretexto sería levantar aquí banderas distintas unos y otros partidos sobre estas reformas ni sobre nada que sea militar! No; no quiero que para nada militar se susciten las cuestiones de partido, pues para las cuestiones militares no puede haber más bandera en todos los partidos, que la que sostenga las soluciones que mejor resultado den para la organización de la fuerza pública.

Claro es, después de todo, que aunque no sea bandera de partido, el Gobierno cree que en lo puntos concretos a que se refiere el dictamen, la bandera que más conviene al ejército es la que el dictamen representa; claro es también, que el Sr. Primo de Rivera cree que sería la del dictamen, pero con ciertas modificaciones que propone S.S. Sobre eso versa la discusión, pero no una discusión política que hiciera ponerse alrededor del Sr. Primo de Rivera un partido o una fracción que tome eso como bandera para mañana, y en contra de S.S. otro partido u otra fracción que presentara otra bandera distinta. No puede haber estas distintas banderas respecto al ejército, porque constituirían en él diversos bandos, y en el ejército no debe hacer más bando que el de la disciplina. Por eso me han dolido también ciertas manifestaciones; porque reconociendo la rectitud de móviles del Sr. Primo de Rivera y la nobleza de sus propósitos, me ha de permitir S.S. que le diga que he visto un poco de exageración en sus argumentos para sacar adelante la tesis. Estrategia parlamentaria es ésta, disculpable sin duda; pero yo no quisiera en estas cuestiones que hubiera para nada esta estrategia parlamentaria.

Porque, Sres. Senadores, al oír hablar al Sr. Primo de Rivera de ciertos peligros, de ciertas dificultades que hay para que nuestra fuerza pública pueda ir a este o al otro punto de Ultramar, yo miraba a los representantes de aquellas regiones en esta Cámara, y pensaba: pues estos representantes dirán: ?Señor, ¿en qué país vivimos? Aquello debe ser un infierno, sólo soportable para nosotros, cuando se exigen tantas condiciones y tales recompensas para obligar a nuestros oficiales a ir allá. Pues nosotros vivimos allí muy tranquilamente, y aquel país no es nada inhospitalario, ni es tan malsano que no puede vivir nadie en él, y después, vamos y venimos con mucha facilidad, con tanta, que vamos y venimos desinteresadamente, única y exclusivamente por cumplir el deber, desinteresado también y patriótico, de representar de la mejor manera posible a nuestro país, y cada vez que se abre la legislatura venimos de Cuba, y cada vez que se cierra volvemos a Cuba, y no nos importa nada la incomodidad del viaje ni los peligros de aquella tierra?.

De manera que el Sr. Primo de Rivera ha de comprender que, por lo menos, hay mucha exageración en esos peligros; que aquél no es un país inhospitalario, ni tan insoportable que no se pueda vivir en él, y al cual no vayan muchas personas gustosas y voluntariamente. Claro está que aquél a quien le ofrecen recompensas por ir, se cuidará de no ir voluntariamente. Pero en fin, no ofrece tantos inconvenientes que no se pueda, sino haciendo un gran sacrificio, ir a servir a la Patria en aquellas comarcas, a las cuales se va hoy con más facilidad, Sres. Senadores, que se iba hace treinta años a la Coruña.

Yo recuerdo que hace treinta años, cuando un ejército necesitaba ir a la Coruña, tenía que hacerlo por etapas de cuatro o cinco legua a pie, y empleaba más tiempo y sufría más penalidades, más contrariedades y hacía más sacrificios que para ir hoy, no digo a Cuba, a Filipinas.

Y no hablemos de los oficiales que tenían que hacer esas jornadas a pie, y que ahora van a las Antillas en magníficos vapores, con toda clase de comodidades, y llegan al final del viaje perfectamente descansados, y algunos sintiendo que haya concluido. (Risas).

Por eso, claro está que hace treinta años podían pensar muchos generales, y pensaban con razón, que el ir allí era tan gran sacrificio y tan peligros, que exigían grandes y múltiples recompensas. Pero yo creo que al cabo de treinta años han variado las cosas de tal manera en los viajes, en los transportes, en la manera de vivir en aquellos países, ha variado hasta tal punto su estado social, que lo que antes eran grandes dificultades hoy son pequeñas contrariedades.

Pero, Sres. Senadores, aún suponiendo que existan esas contrariedades y disgustos y hasta peligros, siento que se hable aquí de esto tratándose del ejército; porque si la vida militar no es una vida de privaciones, de disgustos, de contrariedades y de peligros, ¿qué es? O es eso o no es nada. Por algo lleva el militar en su espada el título de nobleza; pero si se quitan esas privaciones, esos disgustos y esos peligros, entonces ¿qué significa la carrera militar?

¿Pero es que esos peligros existen? ¿Pero es que hay que recompensarlo tan extensamente como se cree, no haciendo que vaya nadie por fuerza, buscando quien vaya voluntariamente, ofreciendo recompensas y recompensas? ¿Es que eso es necesario porque, en efecto, aquel país es muy insano, es insoportable, y los peligros que ofrece son inmensos? ¡Ah! Si eso fuera verdad, Sres. Senadores, sacad la consecuencia. ¡Qué gran inquinidad se viene cometiendo hace muchos años en este país! Porque, señores, al soldado se le arranca de su casa, se le separa de su familia, se le obliga a que abandone su ocupación, se le hace a la fuerza soldado, y si de él necesitamos en uno de esos puntos, a él acudimos, y lo sorteamos y va; y si se resiste a ir, le fusilamos. (Muy bien).

Y es necesario ser justos. Los legisladores necesitan ser más justos que todos los demás ciudadanos. Si no podemos disponer del oficial, que es militar por su voluntad, para mandarlo a esos puntos por esos peligros, no debemos disponer del soldado. No; claro es que no hay esos privilegios, no hay contrariedad ninguna, no hay eso inconvenientes que obligan a no poder disponer del oficial como se dispone del soldado, porque en último resultado, si el legislador pudiera hacer distinción alguna, sería a favor del soldado, que es soldado a la fuerza, mientras que el oficial lo es por propia voluntad, acepta la carrera de las armas como pudiera aceptar la de la Iglesia, y acepta la carrera de las armas con todas sus consecuencias, en tanto que al soldado se le viste el uniforme, se le pone el fusil en la mano, se le separa de su casa y se le arranca de su familia a la fuerza. De manera que no hay que hablar de esto, y siento que de ello se hable, porque resulta, señores, una cosa que no quería yo que resultara nunca.

¿Me opongo yo, sin embargo, a que por las mismas contrariedades que ofrece la ida a Cuba, como ofrece el ir a prestar el servicio de guarnición en ciertas regiones de la Península, porque al fin y al cabo, Cuba no es más insana que algunas comarcas [1429] de nuestra Península; me opongo yo, digo, a que a los oficiales que vayan a puntos que por la carestía, por lo insano o por otras circunstancias sea menester darles una compensación, se les dé? No; no me opongo.

A lo que sí me opongo es a que se les dé en esta ley, porque esta ley no tiene nada que ver con eso.

Todos los Sres. Senadores saben cuál es el origen de este proyecto. Se presentó un proyecto de ley de organización general militar; un proyecto de ley constitutiva del ejército, que comprendía muchos más puntos que comprende la que rige actualmente; pero por circunstancias, por dificultades, por una porción de consideraciones, el Gobierno ha limitado aquel proyecto y ha quitado de él una porción de puntos, dejando exclusivamente aquellos que se refieren a la entrada, recompensas y ascensos en el ejército. Se fueron, pues, quitando puntos del proyecto, hasta reducirlo al límite que tiene éste. Quedaba aún de la ley primitiva las circunstancias y condiciones que se exigían para el servicio de Ultramar, y eso se quitó también. Pero hubo quien creyó que convenía, ya que eso se quitaba, que se dijera que de ello se trataría en un reglamento especial.

Vino el proyecto al Senado, y dijo esta Cámara: ?Limitado el proyecto a ser una ley complementaria de la actual constitutiva del ejército, es una ley de ascensos y recompensas, y no hace falta, por tanto, hablar del reglamento que ha de determinar las compensaciones que se concederán a los oficiales que vayan al ejército de Ultramar. Eso se quita, pero a condición de que el Gobierno en otra ley, complementaria también de la constitutiva del ejército, proponga, en los términos generales en que debe proponerse, todo lo relativo a la manera como se ha de prestar el servicio en la Península y en Ultramar, y allí se verá lo que debe hacerse con los oficiales que vayan a Cuba, Puerto Rico, Filipinas, a cualesquiera de nuestras posesiones y con los que vayan de guarnición a algunos puntos de la Península, cuyas condiciones deben apreciar los gobernantes para conceder esas compensaciones?. Tal era el pensamiento de la Comisión y del Gobierno, cuando el Sr. Primo de Rivera presentó una enmienda que introducía en el proyecto una cosa que no tenía nada que ver con el principio fundamental del dictamen que se discute; pero por deferencia hacia S.S., que ha hecho grandes esfuerzos por que se discutiese, que la ha defendido con tenacidad y que pone gran interés en que se acepte, dije a mi compañero el Ministro de la Guerra: ?Para facilitar la discusión, porque lo que a todos interesa es que las reformas militares concluyan pronto, por consideraciones que no se ocultarán a la penetración de los señores Senadores, vea Vd. si el general Primo de Rivera quiere transigir, y vamos a una transacción?. Entonces se le ocurrió al Sr. Ministro de la Guerra una fórmula más o menos ventajosa, no lo sé, pero una fórmula de transacción, y el Sr. Primo de Rivera no la aceptó. De modo que tenemos una fórmula propuesta por el señor Primo de Rivera, otra presentada por el Sr. Ministro de la Guerra, y yo creo que si fuéramos pidiendo una a cada uno de los generales, todos nos la darían y todas serían distintas (Risas), lo cual demuestra la gran dificultad de resolver por medio de una enmienda, y así como de soslayo, esta cuestión que se refiere al ejército de la Península y en las posesiones de Ultramar.

En esta dificultad, ¿no les parece bien a los señores Senadores y al señor general Primo de Rivera, que haciendo de esto objeto de otro proyecto de ley del Gobierno (y si el señor general Primo de Rivera tiene prisa, puede mañana presentar una proposición de ley en este sentido, pero dejando marchar este dictamen, que no tiene nada que ver en esta cuestión), no le parece al señor general Primo de Rivera, digo, que sería bien para todos que las reformas militares pasaran tal como las presentó el Gobierno, con el pensamiento íntegro del Gobierno, sin tratar de otras materias de suyo graves y que pueden poner dificultades a este dictamen, que ya está muy adelantado? De este modo todo quedaría arreglado, y yo le ofrezco al Sr. Primo de Rivera ayudarle en sus propósitos de que las compensaciones que se den a nuestros oficiales se estudien en un proyecto de ley, con el mismo afán con que he ayudado al Sr. Ministro de la Guerra a presentar esas reformas, y le prometo poner en su idea y en su propósito igual interés que el que he puesto para que salgan adelante estas reformas. (El Sr. Marqués del Pazo de la Merced: Pues que se retire el artículo). ¡Pero si no hay que retirar el artículo; si el artículo no dice nada; si no tiene que ver una cosa con otra! (El Sr. Marqués del Pazo de la Merced: Se dice que se va forzosamente). No se dice nada. (El Sr. Marqués de Stella: Se suprime lo relativo al reglamento que mandaban del Congreso. Ofrézcame su señoría que quedan las cosas como estaban, y que traerá la ley, y que no se atenderá a nada de lo que se dice en éste respecto al servicio de Ultramar, y podremos esperar; pero hay que retirar esta parte del artículo relativa a unificar las escalas, y es preciso resolver el modo de hacer el servicio en Ultramar; pero mientras no venga eso, estemos quietos).

Señores Senadores, no se habla nada en todo el dictamen de lo que se ha de hacer con los oficiales que van a Ultramar; no se habla nada en todo el dictamen del servicio militar a que está obligada la fuerza pública española en los diferentes puntos de la Península y en las posesiones de Ultramar; eso se deja para una ley especial. (El Sr. Marqués de Estella: Pero es consecuencia de la palabra ?unificar las escalas?. ¡Si ya se están dando disposiciones para hacer el servicio en Ultramar!?. ?El Sr. Marqués de Sardoal: Pero mientras tanto queda el estado actual. ?El Sr. Marqués de Estella: Yo no me dirijo ahora a S.S. ¿Por qué no me contestan los militares? Su señoría no entiende de esto, aunque entienda mucho de otros asuntos. ?El Sr. Marqués de Sardoal: ¿Que no entiendo? Tanto como S.S.; y si no, lo veremos cuando S.S. guste. ?El Sr. Marqués de Estella: Yo digo al Sr. Presidente del Consejo; cedo, con tal de que venga el reglamento, y mientras tanto queden las cosas como estaban. Que se diga así en el artículo. ?El Sr. Marqués de Sardoal: El artículo no dice nada. ?El Sr. Marqués de Estella: Dice mucho). Lo que yo digo al señor general Primo de Rivera, es que en esta ley no se perjudica nada respecto de este asunto; y aún antes de que se acabe este debate, prometo a S.S. que estudiaré un proyecto de ley, si S.S. no quiere adelantarse, para resolver ese punto del servicio de nuestra fuerza pública en la Península y en las posesiones de Ultramar; y además le prometo a S.S. otra cosa, y es que, siendo el punto tan delicado y tan controvertible, que apenas hay dos generales de acuerdo, el Gobierno no hará nada sin previo informe de la Junta consultiva de Guerra; e informando esta Junta y pidiendo también [1430] informe a las autoridades superiores de todas nuestras posesiones de Ultramar, presentará aquí el proyecto de ley que a este asunto se refiere, con todo conocimiento de causa, con unas luces, con una experiencia , con unos datos que servirán de gran base para resolver la cuestión. ¿Qué más quiere el señor Primo de Rivera? ¿Qué más puede exigir del Gobierno? Pero entretanto, vamos adelante con este proyecto de ley, que nada tiene que ver con la manera cómo han de ir los oficiales del ejército español a Ultramar.

Esto es lo que el Gobierno propone: que en lugar de un proyecto de ley en el cual se comprenda un asunto que no está bastante estudiado y que no puede resolverse así de soslayo y por una enmienda; que en lugar de esto, venga un proyecto de ley con todos los datos indispensables para su buena resolución, y que entretanto siga el dictamen de la Comisión tal como se ha propuesto al Senado; porque, entre otras dificultades, ocurrirá que si en este proyecto de ley, concretado a esos cuatro puntos a que me he referido repetidas veces, se introduce un punto nuevo tan importante como éste, cuando vaya a la Comisión mixta se encontrarán gravísimas dificultades, porque el Congreso creerá que es otro proyecto distinto.

Yo suplico al señor general Primo de Rivera que se haga cargo de esta circunstancia. El proyecto de ley ha venido del Congreso, y lo presentó el Gobierno oportunamente limitado a ciertos puntos; pues todo lo que sea salirse de estos límites, es hacer una cosa nueva, que el Gobierno no ha tratado antes en el Congreso, ni lo ha aprobado éste, y traer para después una dificultad inmensa, y esta dificultad puede, a su vez, hacer que las reformas militares no sean ley pronto, y nos conviene a todos que sean pronto ley, porque conviene también al ejército y al reposo público. No tengo más que decir. [1531]



VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL